Imperfecto vs. Pretérito

Ejercicio E de Repase y escriba pág. 15

 

1. Mi viaje a Santa Rosa.

 

        El despertador sonaba y sonaba mientras yo escondía la cabeza debajo de la almohada resistiéndome a despertar. Estaba soñando que era bombera y que la alarma anunciaba un fuego que mis compañeros y yo debíamos apagar, pero estaba paralizada y no podía mover los pies. Tardé más de cinco minutos en darme cuenta de que el sonido venía de mi mesa de noche y no de una alarma de incendios.

        Me lavé y me vestí precipitadamente. No tuve tiempo para preparar el desayuno. Viajaría muy temprano a Santa Rosa porque mi tía, que vivía sola, me había escrito que estaba enferma y me necesitaba. Por fin lista, miré el reloj de pulsera. ¡Qué tarde era! El autobús salía a las siete y sólo faltaban veinte minutos. No valía la pena llamar a un taxi porque vivía a sólo diez cuadras de la estación, así que tomé mi maleta—que afortunadamente no pesaba mucho--, cerré con llave la puerta de entrada y eché a correr.

        No había nadie en la calle tan temprano porque era domingo. Era otoño y amanecía tarde; todavía el cielo estaba oscuro. Yo anduve tan rápido como me lo permitieron las piernas. Cuando estaba/estuve a la mitad del camino, un gato madrugador cruzó veloz frente a mí. En el patio de una casa, un gallo cantó tres veces.

        Legué antes de las siete a la estación terminal de autobuses, pero estaba tan agitada por la carrera, que apenas podía respirar. Consulté el horario que estaba en la pared. Efectivamente, allí decía que el autobús para Santa Rosa salía a las siete de la mañana. Miré a mi alrededor. Había un autobús estacionado en el otro extremo de la estación terminal y cerca de él vi a cuatro pasajeros que esperaban en los bancos. Un niño dormía en el regazo de su madre y ella inclinaba la cabeza, un poco dormida también. En mi sección de la estación, sin embargo, estaba yo sola, y esto me pareció muy extraño.

        Junto a mí pasó un viejecillo pequeño y delgado, que llevaba uniforme azul desteñido y apretaba en la mano derecha un llavero enorme. “Un empleado”, me dije, y le pregunté al viejo si el autobús para Santa Rosa venía retrasado.

        --No señorita,--contestó, y consultó la hora en un reloj antiguo que sacó del bolsillo de su pantalón.

        Pero el viejo añadió que mi espera iba a ser larga porque apenas eran las seis. ¡Las seis! Dirigí la vista a mi muñeca. Yo tenía las siete. El viejecillo sonrió y aclaró mi confusión. Me recordó que la hora de verano había terminado la noche anterior y que había que atrasar una hora los relojes. Todo iba a tener un final feliz, después de todo. Pero ¡qué lástima! A causa de mi error con respecto a la hora, no pude apagar el fuego.

 

2. Habla la suegra de Juan

Juan era un hombre culto y honrado, pero le advertí a mi hija Felisa que no le convenía ese novio, porque ganaba muy poco en su trabajo de periodista. De todas maneras, Felisa se casó con Juan, pues lo amaba y pensaba que él la amaba también. Vivían sin lujos, pero parecían felices.

Cuando murió Tiburcio, mi pobre marido, como no podía mantenerme sola con la mísera pensión que me dejó, decidí mudarme con mi hija y mi yerno. Al principio, Juan y yo nos llevamos bien, pero pronto él comenzó a quejarse de mí. Descubrí que era tacaño, y repetía constantemente que Felisa y yo gastábamos demasiado, y especialmente, que comprábamos muchos trapos. Claro que teníamos que comprarlos; mi pobre hija tenía muy buen apetito y engordaba y engordaba. La ropa de antes ya no le servía/sirvió; había aumentado cinco tallas.

Juan se alistó en el ejército y se fue a la guerra, y al poco tiempo, llegó la noticia de su muerte. Mi pobre Felisa pasó dos días llorando, y al tercero, comenzó a hacer gestiones para recibir su pensión como viuda de un veterano.

¡Pero todo fue una falsa alarma! Recibimos una carta de Juan, explicando que no estaba muerto y que regresaba (regresaría) pronto. ¡Qué contenta estaba Felisa! Apenas llegó Juan, le dijo que tenía que conseguir un segundo empleo, pues no podíamos vivir decentemente con lo poco que le pagaban. La ropa de Felisa ya le quedaba otra vez estrecha y necesitaba comprar más. La situación entre mi yerno y yo era un poco difícil; casi no me hablaba y me miraba de una manera extraña. Yo sospeché que no me quería.